(Ilustración y texto de: Adriel Salgado Alvarez)
¿Quién soy yo, para decirte lo que hay que hacer? Nadie, un alumno más.
Simplemente me presenté como delgado una vez, y desde entonces aprendí muchas cosas. Entre ellas:
- Que puedes tener la excusa perfecta para conocer mejor a tus compañeros, profesores y el funcionamiento de la escuela desde dentro.
- Que los alumnos tienen muchas cosas que decirle a la escuela, tanto para bien como para mal. Y tú, delegado. Eres el medio idóneo para que sus mensajes no queden a medio camino entre el alumno y su receptor.
- Que el sistema organizativo de una escuela, universidad, o cualquier otra entidad educativa está pensado para escuchar a los alumnos. (La teoría es esa)
- Que a medida que van pasando los años, hay profesores que se acomodan y relajan. En muchos casos, porque nadie se ha atrevido a decirles que hacían mal, y mucho menos, cómo podrían mejorar.
- Que cada persona es una fuente de inspiración, y experiencias infinitas de valor incalculable que en ningún otro lugar, podrías encontrar.
Un simple «Hola», «¿Sabes cómo se hace esto?»o un «Hey! eso parece interesante». Podrían marcar tu futuro de una manera muy positiva. Y no me refiero solo entre alumnos. Hay profesores que llevan toda la vida esperando a ese alumno curioso al que conferirle todos sus secretos y más valiosos conocimientos. (Un profesor en clase tiene que seguir una programación. ¿Quién no ha escuchado alguna vez? Lo de: «Si tuviera más tiempo os enseñaría más cosas, pero primero hay que terminar el temario.»
El delegado, en definitiva, actúa en representación de intereses de otros sujetos. Para eso está habilitado a llevar adelante negociaciones en nombre de sus representantes o de impulsar distintas gestiones. Cuando finaliza su función, conviene que haga autocrítica, sea o no reelegido. Siempre se puede mejorar.
El delgado ha de ser un líder. Y… ¿Cómo ha de ser un líder? » Un líder ha de ser ejemplar»- dijo Vicente del Bosque (en el evento #Spin2016) Jamás lo olvidaré.
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